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Primera escena: la que escribe está en su recuerdo leyendo un libro de Michaux frente a la casa de su infancia. El libro es: La vida en los pliegues. Quizás sea esa la pista para entrar en esta luz que se propaga como una estela en el cielo.

Esa mujer es mi mamá. En esta luz hay vacío para que haya vista. Milagros se anima a escribir hacia adelante y en el mismo gesto, hacia atrás. Hay una memoria viva y una que se rompe para que se propague la luz. Es como el cisne de Patti Smith en la primera escena de Éramos unos niños. Vemos el mundo y nos asombra, y no alcanza la palabra. No sabemos nombrar pero la belleza insiste.

En los quiebres de una vida, Milagros busca entrar en los pliegues del sentido: genealogía, memoria, diccionario, definición, trazo, posibilidad, ventana. La búsqueda de un espejo. Vacío y posibilidad. Movimiento para medir la visión. Dibujar, mirar, pintar. Van Gogh, Klein, Magritte. Después el círculo negro, el agujero de la inmensidad, el pozo donde caer. Y que sea un túnel. Dejar entrar la crudeza y la dulzura, en partes iguales para creer y crear un equilibrio: las manos, la confianza.

Este libro es el retrato en movimiento de un pasaje. Del baile a la pintura. Llevar el cuerpo a un refugio. El recorrido de una mirada que se mancha, para después aclarar. La mirada como coraje.

Una madre internada en una clínica psiquiátrica y una hija que ve, que no puede dejar de ver. Y así construye. Dibuja y escribe. Escribe y dibuja.

Louise Bourgeois dice: el arte es garantía de sanidad. Así ocurre, en esta luz que se propaga, como un recordatorio, un rezo, un pedido secreto: que no se nos pierda el amor, nunca.
 

Natalia Romero

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